Me debato entre
el calor
o el fuego
sin término medio.
No contemplo
que el calor provenga del fuego
ni que el fuego me arrope con su calor
sin arder,
y por ende,
sin consumirme.
No quiero consumirme.
A veces creo que si,
pero sólo es cansancio;
cansancio de que las cosas que quiero
no vayan como quiero que vayan.
Siento el pecho denso
y eso me hace contemplar
una libertad cada vez
más lejana.
Sin saber de dóndes, cómos, cuándos ni por qués.
Siento el pecho denso
como nubes grises
y lluevo.
Lluevo sal.
Ni siquiera tormenta.
Si por lo menos truenos.
Si por lo menos rayos.
Si por lo menos luz,
a instantes.
Si por lo menos...
Pero por nada.
El pecho denso y encapotado,
a veces cálido y pegajoso
como en aquellas tormentas de verano,
en las que ni siquiera truenos,
ni siquiera rayos.
Y espero el fuego
del árbol perdido en mitad de
ninguna parte,
que supo encenderse en rayos
en mitad de su propia tormenta.
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