El calor huele a tomate y humedad,
a sudor evaporado,
a agua clara y cloro de jardín, recién cortado.
Y recuerdo aquellas tardes en las que escapar siempre era la mejor opción cuando el sol se rendía,
e íbamos buscando hasta el último ápice de luz.
Lo esquivábamos todo.
Las piedras, joder. Las piedras, que se iban haciendo más pequeñas a través de unos pies cada vez más ágiles, cada vez más rapidos, cada vez más insaciables.
La brisa templada
y su chillido en los oídos.
Ahora sé que en aquellos momentos éramos libres, porque por mucho que lo creyéramos
no teníamos miedo.
Sólo un atardecer inmenso sobre los campos de tomate
y un laberinto de arena gris, más naranja a cada instante.
Es curioso,
como a veces,
aquellos momentos que creímos tan horribles en el pasado han resultado ser los mejores en un futuro,
y ya no queda mas remedio que pensar que el presente está loco.
Así que si,
que qué relativo ha resultado ser el tiempo,
y que caprichosa la vida.
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