martes, 13 de abril de 2021

La bruja cuentacuentos.

 

Deseo, pretendería incluso, que la frase “la vida da muchas vueltas” no sonara a amenaza en tus oídos cuando salga de la boca de alguien que sólo exhala cansancio.

Que no sonara a un falso presagio de pájaros de mal agüero y maldigas a la anciana que te mira y te mira, por ser tú medio nueva en esto que llaman vida, y ella medio bruja para las malas lenguas, y no te cuento ya historias de aldeas perdidas en mitad del monte y conjuros alrededor de la hoguera.

No puedo pretender, ya no es cosa mía, que no caigas en miedos, insomnios ni desvelos. Pero pretendería, intentaría ocultar que, en el fondo, muy en el fondo, sabes que no hace falta ser una anciana de las que miran y miran (bien o mal, qué más da) para ser medio bruja para las malas lenguas. A veces, falta sólo con ser alguien que por la boca exhala cansancio, y entre cansancios un “la vida da muchas vueltas” pretendiendo que no suene a amenaza.

Estoy cansada. A veces también tengo mucho miedo. No es malo que la vida de muchas vueltas. Como una noria. A veces la noria se queda encajada abajo. Es ahí, cuando se queda encajada (la noria o la vida), cuando esta medio-bruja, nada anciana ni de mal agüero, lanza maldiciones al cielo, aúlla y huye hacia adentro. Nunca conjuros que suenan a amenaza.

Me he descubierto. No pretendía.

No me busques en esta aldea, perdida en mitad del monte.  

martes, 31 de diciembre de 2019

Mariposa

Este año tendría que haber sido el año de las experiencias. De los viajes. De alza las alas, pequeña, y conoce un poco más el mundo. Este año tendría que haber sido el de la eterna Alemania en 4 días. Si, la Alemania de "Paula, para, que me duelen los pies. Tengo hambre. Me duele la barriga. Menos mal que hay españoles, porque hablando en inglés nadie te hace ni puto caso. Para qué le habremos hecho caso a tu amiga, que vaya mierda de restaurante. Cuidado con los ultras que nuestras madres nos van a ver por la tele escoltadas por la policía. Qué bien tu amigo Dani llevándonos a comer esas hamburguesas tan ricas y qué guay el museo de Beethoven. Madre mía Paula, que casi cojo el vuelo de vuelta sola por tu puta culpa. Qué guapo ese chico con el que venías hablando, no sé cómo lo haces. Me ha pedido el Facebook".
Este año tendría que haber sido el de "me voy a Inglaterra a trabajar, a aprender inglés y a ser un poco más independiente. El de mamá llorando en el aeropuerto. El de su abrazo oliendo a ella y a calor mientras Laura nos mira con ternura e Iván hace fotos. El año de llegar y buscarme la vida. El de mil historias que no sé si en algún momento llegaré a escribir. El de "he conocido a gente maravillosa que ojalá se queden otro ratito más". El de "no me estoy enterando de lo que me están pidiendo". El de las risas por no comprender una pura mierda. El de llorar y llorar y llorar por tonterías. El de entender que a veces la gente, por supervivencia o sencillamente por gusto, no se porta bien y no es culpa nuestra.
El año de Rafa y Dani y de toda la gente maravillosa que conocí gracias a ellos dos.
De mi Rocío y mi Lali, que las casualidades no existen, pero que magia. De mi Irene y de mi Sonia y de la gente bonita que también conocí gracias a todas ellas.
Tendría que haber sido el año de sobrevivir a este restaurante, y gracias a la diosa que Alba, María y Marta existen. Y Jordan y Amirul y Carlos y Rafa. El de las noches infinitas en las que la vida no tenía que esperar un poquito más, porque eso era la vida. El de "nunca imaginé que acabaría una jornada de trabajo tan dura pero de risas limpiando o de cerveza saltando con rock and roll a todo trapo".
Este año tendría que haber sido el de "el bar es todo nuestro", de besos robados por las cámaras de seguridad. El del vino, y la cerveza y un sinfín de comida italiana. El de sentirme parte de algo grande.
Este año tendría que haber sido el año en que conocí a Luca, a su familia y a sus amigos. El de Manchester y Liverpool. El de los Beatles y Génova en casa y el del  curioso caso de Tenerife y la mafia. El de "consiénteme un ratito más en la cama" y llorar escuchando las notas entre sus dedos.
Este año tendría que haber sido el de " me han cogido en el máster".
El de mamá esperándome en la parada de autobús a la vuelta, llorando de alegría por vernos y yo llorando por volver. Cuándo volverá alguien a llorar de alegría por tenerme cerca, cuando.
Este año tendría que haber sido. Y ha sido. El de las despedidas. Las despedidas de verdad. Y duele. Y hace daño. Porque una despedida, un adiós y un final implican siempre un nuevo comienzo y a veces no estamos preparados.
Este año ha sido el año de mamá, de mi mariposa, de su sonrisa a pesar de. De saber que la quise a tiempo, de razón y corazón. De tanto como pude y cómo supe, que ahora me parece poco para lo que ella siempre se mereció, pero al menos a tiempo. Siendo consciente de todo lo que hizo por nosotros e intentando seguir conociendo poco a poco más y más a través de lo que ha dejado. De saberla desconocida y a la vez gemela. Y no la encuentro pero tampoco deja de estar. De que al final, pero tarde, le compré flores. Este año ha sido el año de echar de menos y de seguir echando. De todas las canciones de amor escritas y por escribir me recordándome a ella y de mil cosas más que ni siquiera yo llego a entender todavía.
Este  ha sido el año del amor, del desamor. De saber quién está y quién ya nunca.
Ha sido el año de la rabia y la incomprensión. Y menos mal que hay quien ha comprendido. Y doy gracias, de corazón a los que saben a lo que me refiero.
Despido este año sin terminar de despedirme del todo, porque me agarra el pecho con fuerza para lanzarme al siguiente y la incertidumbre en vez de amiga se me antoja compañera impuesta, pero compañera al fin y al cabo.
Ha sido el año de las experiencias , de conocer el mundo y de lo que es la vida de verdad, porque, como me dijo el padre de Luca: "las cosas fáciles no están hechas para esta vida".
Este año es el de mi familia, de mis amigos y mi pareja, su cariño, su apoyo y su amor incondicional.
El de papá, que se nos rompe el pecho.
El de mi hermano más cerca que nunca, siendo todo y por entero, mamá.
Yo para este 2020, sólo pido dos cosas, salud y fuerza. Para la gente a la que quiero, y para todas las personas a las que ellos quieren. El resto llegará sólo.

Y mi mariposa revoloteando por doquier adonde quiera que vayamos.

Buena entrada de año a todos. ✨

miércoles, 3 de julio de 2019

BN2


No me he traído la libreta. Esta mañana me he levantado con ganas de comprar una nueva y así poder empezar a escribir en serio. Aquí estoy, sentada en mitad de una playa llena de gente, obviamente a la que no conozco, sintiéndome sola. Rodeada de gente a la que no conozco sintiéndome sola, suena normal. Esperando a quien ahora sé que no llegaré a conocer nunca y planteándome si seguir esta absurda reflexión en el libro que Casandra me prestó para luego arrancar las páginas. Mala idea. Pero qué poético. O qué idiota. Lo pienso, lo pienso, lo pienso. ¿Tan malo sería dejarse llevar por un impulso de creatividad ante la exasperante situación de no tener un mísero papel que impregnar de palabras, de estos pensamientos que me atolondran? Creo que Casandra me lo perdonaría, la injusticia poética, creo. Puede que Marpesa no. Aún así no lo hago. Y no lo hago porque no sé (siempre ese no saber sobre nada, acerca de nada, sobre nada, nada y más nada) si merecería la pena semejante estropicio por unas cuantas letras (ja, unas cuantas letras). Tranquila, Casandra, tu libro está a salvo conmigo, te lo prometí, aunque a veces sienta ciertos impulsos destructivos.
Es apacible. El viento, digo. Me trae recuerdos volátiles con ese olor a crema solar, mar y una arena inexistente. El olor a arena se lo pongo yo. ¿A qué huele la arena si no es a mucha imaginación y el vínculo eterno entre lo que acabo de nombrar? Oh, por un momento un pequeño intruso aparece en mi burbuja. Un amigo de cuatro patas, diminutas, de pelaje cobrizo y unos ojos negros como la noche, esa que aún va a tardar en aparecer. Esos ojos que no saben, pero que parecen entender muy bien. Se ha dejado acariciar un par de veces antes de correr a la llamada de su dueño, muy apuesto, por cierto. Sigo, sigo escribiendo donde empecé. Lo siento Casandra, entre los márgenes de unas hojas que encontré escondidas entre tus páginas. “US GIRLS, again”, no sé que voy a hacer cuando no haya más espacio. “No sé que voy a hacer cuando no haya más espacio”. Cuántas veces este tipo de nimiedades reflejan cuestiones mayores, dejando que se reconozcan en ellas acaso un instante, lo justo. Crisis existenciales, desequilibrios infinitos, guerras mundiales. Mierda, buscando siempre un hueco, un simple resquicio, un poco de aire. Mierda, cuánto sinsentido que decir y qué pocas ganas de hablar con nadie, señora. Y yo esperando, y yo esperando.
¿A qué se debe esta tristeza? Me pregunto si será más apatía que tristeza. Me preocuparía más. Joder, estas ganas de todo tan mal gestionadas. Estas ganas de nada tan bien llevadas.
Huelva, mar, 9 PM recogiendo sombrillas un día cualquiera de principios de septiembre, cuando acechan las pesadillas de nuevos cursos y el crepúsculo de vainilla, entre sofocantes tonos rosas, naranjas y violetas nos recuerda que el verano ya pasó, que otro año será. Creo que echo de menos mi casa, otra vez, como también sé que de estar allí también estaría echando de menos otras cosas, algo que aún no conozco.
Me está faltando algo. Otra vez. Me pasa a menudo. Por eso en parte estoy donde estoy. Por eso en parte tampoco sé dónde puedo estar mañana.  Es algo grande. Algo que no se sofoca con yoga, piragüismo, comer más fruta o apuntarse a clases de japonés. Nunca he sabido qué es. Nunca es lo mismo. Va cambiando de forma de norma dinámica, a paso ligero, y es irónico porque tampoco he sabido nunca qué formas ha tenido antes.  Ni el olor, ni el sabor. A veces me ha dado por llamarlo “fueguito”, “mi fueguito interno” porque me recuerda a Galeano y a Cortázar (y luego me lamento por no saber escribir referentes femeninos latinoamericanos). Me mato. Pero lo llamo “fueguito”, porque aunque en ocasiones siento mucho frío, la mayor parte de las veces primero me templa, me mantiene, luego arde y hasta me quema. Acabo de recordar que hace años hubo alguien que, como de costumbre, no se equivocó al afirmar que hay algo aquí dentro que no para de explotar constantemente. Claro, al fuego no se le da forma, ¿no?
Voy a seguir esta historia. Va a empezar aquí a pesar de no ser este el comienzo. Esta historia no empieza aquí, en una tarde de julio, sola y abrazada a unas cuantas hojas arrugadas y garabateadas mientras cientos de gaviotas revolotean sobre las piedras. Decido empezar aquí y ahora, en este escenario brillante y cálido en el que he vuelto a preguntarme y, como de costumbre, tampoco he sabido responderme.

miércoles, 31 de octubre de 2018

Puedes llamarme Ivón.

Constantemente recuerdo a mi  madre diciéndonos a mi hermano y a mí que no nos peleáramos, que cuando no quede nada sólo nos tendremos el uno al otro.

Después de cuatro meses de trabajo, kilómetros y alguna que otra conversación escatológica, ayer volví a ver a Ivón. Él no sabe la falta que me hace a veces, aunque quiero creer que se lo imagina. Os juro que estaba hasta nerviosa de contenta. Ayer era todo cantar, bailar y saltar, pero eso él no lo sabe. Peor que un novio vaya. A veces vuelvo a tener 9 años cuando llega noviembre, y no me soporto ni yo. Aunque otros meses son peores. De pequeña adoraba este mes y no por mí cumpleaños, sino porque él siempre volvía para celebrarlo conmigo. O bueno, para celebrar cualquier cosa, mi nacimiento es lo de menos (😂).

De Iván me lo creo todo. Desde siempre. Aunque le conozca como si le hubiera parido y en el fondo sepa que no, aún más en el fondo siempre hay un si, un quizás, un puede, un ojalá y un me quiere. Porque yo lo sé. Lo sé tanto como que no podemos estar más de 24 h juntos sin que nos hagamos sangre y nos echemos luego sal en las heridas. Porque somos así. Pero antes de que venga,  yo siempre hago la compra pensando en qué le gustaría encontrarse en mi nevera. Intuyo sus dietas, ideo algún capricho, o saco los libros que sé que querrá leer. Él, en cambio, ofrece otro tipo de detalles.  Siempre me escucha, me habla y tiene toda la paciencia del mundo con mis neuras y mis nervios a flor de piel. Me cuenta historias en las que alguien crece, madura y aprende. Me da lecciones o me ofrece detalles  y cuentos en los que un pequeño gesto se volvió una gran acción. Luego hablamos de la familia y de los amigos. Nunca me pregunta, deja que yo le cuente porque sabe que yo siempre le cuento. Recordamos a las abuelas e imaginamos a los abuelos, así como un día a día en el que toda la gente que ya no está, está y qué dirían y cómo y por qué.

Entonces, en mitad de una risa profunda, de una carcajada de pecho, le digo que tengo dudas. Que quiero algo, que no sé el qué, que puede, que qué hago.
Y él me mira y me dice que no pasa nada, que las dudas con normales. Paula, caaaalmate. No pasa na hija. Paula, como dice la canción: "sólo se vive una vez".
Entonces, yo pienso más en posibles que en imposibles y en que por qué no. Y la llamita pequeña que guardaba "por si acaso" en lo profundo del estómago se aviva y la llama se hace enorme y comienza a calentar de nuevo. Y siento que crezco y que puedo quemar todos los miedos en una hoguera y bailar alrededor. Como si hiciera un conjuro, un ritual, hechicería insondable, ardorosa, incandescente y calcinante. 
Y cuando me ve los ojitos, imagino que brillosos, ya no me dice más Paula, me dice Pauli, porque Paula es sólo para cuando está enfadado o pasa algo grave. Me dice Pauli, creo (por no darle demasiado dramatismo, que ya me gusta demasiado) que eres lo suficientementemente lista como para darte cuenta de cuándo y cuánto dar algo por alguien y cuándo no. Que ere mu  joven, que tienes que vivir cosas y que siempre hay tiempo para equivocarse y rectificar.
Y bueno, eso. Este jodido cabronazo me anima siempre a partirme el cráneo por mis causas a medio perder.
En mitad de todo esto me promete ukeleles que no llegan y me invita a helado cuando estoy muerta de frío. Pero también me hace reír como nunca nadie me hace reír. Vemos monólogos con el café de por la mañana y damos paseos largos.  Y yo vuelvo a estar tranquila en mi caos porque él siempre formará parte.
Perdón por la turra.

jueves, 21 de septiembre de 2017

El egoísmo, parte II.

Tengo una angustia en las tripas que lleva tu nombre. Lo sé porque muerde como tú lo hacías, con unas ganas tan insaciables que temo poder desaparecer de un momento a otro. Me palpo el cuerpo. Sigo. Pero no hay ni rastro de tus dientes. No hay restos. No hay nada. Te fuiste.
Tantas veces, tantas, deseé que no llegaras para no sangrarte cuando te fueras.
Tantas veces fui consciente de la inestabilidad de tus penas y quise quedarme para hacer música en tu pecho. Tantas.
Me he bebido todas las nanas rubias que nos mecían aquellas noches entre mi tormenta y tu vendaval.
Flotaban en mi habitación tus caricias inciertas y mis besos con lengua. Resbalaban con la saliva mis ganas por tu espalda, cogiendo carrerilla antes del salto al vacío que tú eras cuando no encontrabas en mi tus razones para quedarte un rato más.
Me devoro por dentro, como si pudiera tragarme desde el ombligo tras hacerme un ovillo entre tu abandono y mi redención.
Yo era tormenta, pero a veces tú eras el rayo. Fuiste más rápido que fuerte y te fugaste con tus dudas, dándole la razón a mis miedos. Ya no te admiran tanto como a tus silencios, tan exactos.
Seguiste el camino hacia tu horizonte rosa, que quisiste editar en blanco y negro y no puedo pedirte que vuelvas, así que tampoco voy a decirte que me alegro.
Simplemente estoy, me siento.
Tus palabras desbordaron los renglones que quisiste venderme, pero fui más fuerte que rápida y me mantuve en mi blanco perfecto, disparando de lleno a mis ganas de crearte, necesarias, siempre necesarias porque nunca más estabas.  Lástima que tu quisieras otra gama de blanco para tu negro.
Ojal-a me diera igual, pero siento todo lo que siento y lloro lo que no te escribo.
Tú, vendaval, otras veces eras la lluvia de mi tormenta y sólo te dejabas caer entre mis piernas.
Quisimos ser elementos naturales, libres en toda su extensión de alma y corazón, y lo único que hicimos fue desenmascarar así nuestra irracionalidad más humana.
Tú pensando en quedarte en mi invierno mientras esperabas a tu primavera mientras a mi cada vez me resultaba más difícil encontrar motivos para no florecer entre tus malas hierbas.

sábado, 3 de junio de 2017

Prisión incierta.

La risa contagiosa del sol en primavera.
El rayo de luna más claro en la noche.
Rocío de cerveza en los atardeceres de tus piernas
cuando te abandonas a tu suerte en el laberinto recto
de tu propia libertad.

La piedra que salta entre las baldosas
cuando tu pie amanece despistado
y te obliga a jugar a rayuela marcando
a pasitos
la dirección que no quieres seguir pensando;
ya has pasado de largo.
Que siendo derecha o izquierda
siempre te impulsa hacia arriba,
y ya da igual que no haya oxígeno
porque tú vives del paisaje.

La miel del paseo cálido,
caminas lento.
Caricias de piel dorada,
no duermes ni en el intento,
pero sueñas.

Vueltas de azahar entre los jazmines
respiras beso.
Aire limpio se columna en tus pestañas,
toboganes inciertos.

Salta a tu boca el viento y se arropa en tus secretos,
los de canela y menta,
pero nunca más veneno.

Regresas al día lleno, ya no hay noche encerrada
y de ser vacía, el miedo
no te evade de tus ganas.

Que en tu prisión las rejas eran de ausencia y las noches
siempre vuelven a la carga.

Tu munición es la luz.

Ya eres libre. Estás preparada.

martes, 18 de abril de 2017

Aves de paso.

He abierto el pecho de par en par
 y han salido todos los fantasmas de promesa,
 el polvo de mi cabeza
 y las ganitas de llorar.

Ha volado todo con la brisa de la palabras que acabé por escribirte.
 Que he acabado por leerte,
 porque era obvio que me perdería hasta en el sinsentido de las letras
 con tal de encontrarte en la ingenuidad de mis palabras.

He abierto el pecho de par en par
 y lo que en principio ha depurado este cuerpo,
 ha acabado por vaciarlo.

Chantajes literarios, en sentido emocional.
En el libro abierto por las páginas en blanco ya no sé quién resultó ser ave de paso.
Sólo sé que a cambio de mis espinas me has devuelto una herida de la que no querías ser disparo,
y me lo has dado de lleno en el centro de gravedad,
escondido de nuevo en la ajenidad en la que me empeño en encerrarme.
Y mentimos. Porque nunca fue tu intención.

Me siento ridícula
Como cuando desnuda me cuento las cicatrices cuando no hay quien quiera seguir contándome los lunares.

Me siento ridícula  porque era obvio que el amor siempre gana
Y tú y yo estábamos destinados a perder desde que tu historia y la mía seguían la misma dirección por caminos separados.
El agua vuelve al agua,
y este río de circunstancias no sabe  por donde correr.
Le cedo mis ojos.

Me siento ridícula y quiero irme.
 Pero me frena el inconfundible sabor a despedida.

Recuerdo las palabras cercanas de quién me dijo una vez que aprender a despedirse es crecer.
Y me siento tan pequeñita que me he visto en la necesidad de acariciarte el pelo hasta que no hemos podido más.

"Tenías que ir tirando".

Te has marchado.

Me he lanzado al sofá verde de cabeza; ese que no volverá a ser nunca tan acogedor como tus ojos aquella tarde de enero.

"El amor siempre gana" me he dicho. Y he sonreído, tranquila,
al volver a sentirme ajena.

He respirado empatía con sabor a rosas.
 Estoy conforme.

Encima de mi mesa, frente al sofá he encontrado una nota mía.
Se ha escapado de tu rojo favorito.
Rezaba: "Hay veces en las que me tiembla la vida y no sé dónde agarrarme".
El amor siempre gana.
Y me he echado a temblar.
-CelesteRegner