martes, 15 de noviembre de 2016

Mis luces.

Papá decía : Miel y limón.
Abrazos de canela.
Susurros tibios.
Besos en la frente.
Miradas de ternura.
Chapetas encendidas.
Sudores fríos.
Frío en su calor.
Sábanas templadas.
Mamá decía : Leche y miel.
Madrugadas en vela.
Velas encendidas.
Ojitos apagados.
Lágrimas de fiebre.
Delirios de mimo y chocolate.
Calma disfrazada.
Pasillos infinitos.
Esperas tenues,  como la mañana, que siempre llega.
Miel,  leche y limón no,  que la leche y el limón se cortan.
Pero miel,  miel.  Siempre fue miel.
Mamá y papá mirando
hacia abajo en una sola dirección.
No era tan malo estar enfermo de niño,
si te agarran de la mano y te besan en la frente
a la vez,
dos personas que una vez fueron una,
y que en su debilidad retornan
para ser tu
fortaleza.
Miel, miel.  Siempre fue miel.

martes, 19 de julio de 2016

Me debato entre 
el calor
o el fuego
sin término medio. 

No contemplo 
que el calor provenga del fuego 
ni que el fuego me arrope con su calor
sin arder, 
y por ende,
sin consumirme.

No quiero consumirme. 
A veces creo que si,
pero sólo es cansancio;
cansancio de que las cosas que quiero
no vayan como quiero que vayan.

Siento el pecho denso
y eso me hace contemplar 
una libertad cada vez 
más lejana.
Sin saber de dóndes, cómos, cuándos ni por qués.

Siento el pecho denso
como nubes grises 
y lluevo. 
Lluevo sal. 
Ni siquiera tormenta. 
Si por lo menos truenos. 
Si por lo menos rayos. 
Si por lo menos luz, 
a instantes.
Si por lo menos...
Pero por nada. 


El pecho denso y encapotado,
a veces cálido y pegajoso
como en aquellas tormentas de verano, 
en las que ni siquiera truenos, 
ni siquiera rayos. 


Y espero el fuego 
del árbol perdido en mitad de 
ninguna parte,
que supo encenderse en rayos
en mitad de su propia tormenta.

sábado, 9 de julio de 2016

Campos de tomate.

El calor huele a tomate y humedad, 
a sudor evaporado,
a agua clara y cloro de jardín, recién cortado.
Y recuerdo aquellas tardes en las que escapar siempre era la mejor opción cuando el sol se rendía, 
e íbamos buscando hasta el último ápice de luz. 
Lo esquivábamos todo. 
Las piedras, joder. Las piedras, que se iban haciendo más pequeñas a través de unos pies cada vez más ágiles, cada vez más rapidos, cada vez más insaciables.
La brisa templada
y su chillido en los oídos. 
Ahora sé que en aquellos  momentos éramos libres, porque por mucho que lo creyéramos 
no teníamos miedo.
Sólo un atardecer inmenso sobre los campos de tomate
y un laberinto de arena gris, más naranja a cada instante. 
Es curioso, 
como a veces, 
aquellos momentos que creímos tan horribles en el pasado han resultado ser los mejores en un futuro,
y ya no queda mas remedio que pensar que el presente está loco.
Así que si,
que qué relativo ha resultado ser el tiempo,
y que caprichosa la vida.