sábado, 25 de marzo de 2017

El egoísmo.

A veces creo que adoras mi tristeza,
Esa mirada furtiva a ninguna parte
que incita ausencias.
que implica seriedad,
eso que tú tanto ansías cuando no sabes cómo desintegrarte en risa,
cuando no te sientes parte de
por miedo a.
"Te da un toque de misterio" me dices.
Me sabe a amenaza.

Se accionan los cuchillos si se curvan sus labios.
y apuntan de lleno al pecho.
Al pequeño pechito que tantas noches le arropó al llorar.
Ese que respira a destiempo cuando se le derrama la vida y no sabe ya en qué frasco meter los restos.
Se le deshacen las ganas entre las manos mientras se escapan los suspiros de azúcar morena.

Tráeme canela en rama para que me sujete.
Que hoy me siento equilibrista
Del sintiendo que supone
Seguir consintiéndote mi tristeza.
Ya no más.
Sonrío.
Se accionan el mecanismo que me hará libre.
-CelesteRegner

miércoles, 1 de marzo de 2017

A flote.

Cuando era niña aprendí antes a bucear que a nadar. Aprendí antes a bucear para no ahogarme que a nadar para no hundirme. Y me parece curioso que la niña con la que pasé mis primeros veranos de buceo se llamara Clara.
Llegado un punto, mi padre, imagino que mosqueado por no haberme llevado a las clases de natación en igualdad de condiciones con mi hermano mayor, decidió enseñarme a nadar.
Una tarde, en el agua,  me enseñó cómo podía flotar boca arriba y yo me quedé embobada.
Lo primero que me dijo fue que cuando sintiera que me fuera a hundir, cogiera aire, que llenara los pulmones. -Paulita, vamos a ver, si el pecho está lleno, no te hundes. Tienes que respirar e inflar el pecho. El resto es saber mantener la respiración.
Y así fue.
Antes de aprender a nadar me enseñaron a no hundirme. Siempre me ha sabido un poco a libertad.
Hoy,  aplicado a mi día a día, la dinámica parece que se repite. Voy manteniendo la respiración.  Hay veces en las que siento que me ahogo. Entonces recuerdo las palabras de mi padre y pienso, cojo aire y lleno los pulmones. Me mantengo a flote. Me mantengo.
Otras veces, simplemente  sigo en el agua, sumergida en la normalidad que supone ir abriéndose paso entre las olas.
Hay veces en las que pasan cosas buenas y no sé cómo gestionarlo por dentro. Simplemente siento el pecho lleno y creo que voy a explotar. Entonces recuerdo esa primera clase de natación con mi padre. Recuerdo el pecho lleno de aire y cómo me mantenía a flote fuera del agua. Recuerdo la inquietud y la ilusión. Recuerdo la libertad.
Hay veces en las que pasan cosas buenas y siento como se va llenando mi pecho de aire. Respiro hondo, y noto como vuelvo a emerger.
Emerger, eso tiene que ser un poco la felicidad.