martes, 31 de diciembre de 2019

Mariposa

Este año tendría que haber sido el año de las experiencias. De los viajes. De alza las alas, pequeña, y conoce un poco más el mundo. Este año tendría que haber sido el de la eterna Alemania en 4 días. Si, la Alemania de "Paula, para, que me duelen los pies. Tengo hambre. Me duele la barriga. Menos mal que hay españoles, porque hablando en inglés nadie te hace ni puto caso. Para qué le habremos hecho caso a tu amiga, que vaya mierda de restaurante. Cuidado con los ultras que nuestras madres nos van a ver por la tele escoltadas por la policía. Qué bien tu amigo Dani llevándonos a comer esas hamburguesas tan ricas y qué guay el museo de Beethoven. Madre mía Paula, que casi cojo el vuelo de vuelta sola por tu puta culpa. Qué guapo ese chico con el que venías hablando, no sé cómo lo haces. Me ha pedido el Facebook".
Este año tendría que haber sido el de "me voy a Inglaterra a trabajar, a aprender inglés y a ser un poco más independiente. El de mamá llorando en el aeropuerto. El de su abrazo oliendo a ella y a calor mientras Laura nos mira con ternura e Iván hace fotos. El año de llegar y buscarme la vida. El de mil historias que no sé si en algún momento llegaré a escribir. El de "he conocido a gente maravillosa que ojalá se queden otro ratito más". El de "no me estoy enterando de lo que me están pidiendo". El de las risas por no comprender una pura mierda. El de llorar y llorar y llorar por tonterías. El de entender que a veces la gente, por supervivencia o sencillamente por gusto, no se porta bien y no es culpa nuestra.
El año de Rafa y Dani y de toda la gente maravillosa que conocí gracias a ellos dos.
De mi Rocío y mi Lali, que las casualidades no existen, pero que magia. De mi Irene y de mi Sonia y de la gente bonita que también conocí gracias a todas ellas.
Tendría que haber sido el año de sobrevivir a este restaurante, y gracias a la diosa que Alba, María y Marta existen. Y Jordan y Amirul y Carlos y Rafa. El de las noches infinitas en las que la vida no tenía que esperar un poquito más, porque eso era la vida. El de "nunca imaginé que acabaría una jornada de trabajo tan dura pero de risas limpiando o de cerveza saltando con rock and roll a todo trapo".
Este año tendría que haber sido el de "el bar es todo nuestro", de besos robados por las cámaras de seguridad. El del vino, y la cerveza y un sinfín de comida italiana. El de sentirme parte de algo grande.
Este año tendría que haber sido el año en que conocí a Luca, a su familia y a sus amigos. El de Manchester y Liverpool. El de los Beatles y Génova en casa y el del  curioso caso de Tenerife y la mafia. El de "consiénteme un ratito más en la cama" y llorar escuchando las notas entre sus dedos.
Este año tendría que haber sido el de " me han cogido en el máster".
El de mamá esperándome en la parada de autobús a la vuelta, llorando de alegría por vernos y yo llorando por volver. Cuándo volverá alguien a llorar de alegría por tenerme cerca, cuando.
Este año tendría que haber sido. Y ha sido. El de las despedidas. Las despedidas de verdad. Y duele. Y hace daño. Porque una despedida, un adiós y un final implican siempre un nuevo comienzo y a veces no estamos preparados.
Este año ha sido el año de mamá, de mi mariposa, de su sonrisa a pesar de. De saber que la quise a tiempo, de razón y corazón. De tanto como pude y cómo supe, que ahora me parece poco para lo que ella siempre se mereció, pero al menos a tiempo. Siendo consciente de todo lo que hizo por nosotros e intentando seguir conociendo poco a poco más y más a través de lo que ha dejado. De saberla desconocida y a la vez gemela. Y no la encuentro pero tampoco deja de estar. De que al final, pero tarde, le compré flores. Este año ha sido el año de echar de menos y de seguir echando. De todas las canciones de amor escritas y por escribir me recordándome a ella y de mil cosas más que ni siquiera yo llego a entender todavía.
Este  ha sido el año del amor, del desamor. De saber quién está y quién ya nunca.
Ha sido el año de la rabia y la incomprensión. Y menos mal que hay quien ha comprendido. Y doy gracias, de corazón a los que saben a lo que me refiero.
Despido este año sin terminar de despedirme del todo, porque me agarra el pecho con fuerza para lanzarme al siguiente y la incertidumbre en vez de amiga se me antoja compañera impuesta, pero compañera al fin y al cabo.
Ha sido el año de las experiencias , de conocer el mundo y de lo que es la vida de verdad, porque, como me dijo el padre de Luca: "las cosas fáciles no están hechas para esta vida".
Este año es el de mi familia, de mis amigos y mi pareja, su cariño, su apoyo y su amor incondicional.
El de papá, que se nos rompe el pecho.
El de mi hermano más cerca que nunca, siendo todo y por entero, mamá.
Yo para este 2020, sólo pido dos cosas, salud y fuerza. Para la gente a la que quiero, y para todas las personas a las que ellos quieren. El resto llegará sólo.

Y mi mariposa revoloteando por doquier adonde quiera que vayamos.

Buena entrada de año a todos. ✨

miércoles, 3 de julio de 2019

BN2


No me he traído la libreta. Esta mañana me he levantado con ganas de comprar una nueva y así poder empezar a escribir en serio. Aquí estoy, sentada en mitad de una playa llena de gente, obviamente a la que no conozco, sintiéndome sola. Rodeada de gente a la que no conozco sintiéndome sola, suena normal. Esperando a quien ahora sé que no llegaré a conocer nunca y planteándome si seguir esta absurda reflexión en el libro que Casandra me prestó para luego arrancar las páginas. Mala idea. Pero qué poético. O qué idiota. Lo pienso, lo pienso, lo pienso. ¿Tan malo sería dejarse llevar por un impulso de creatividad ante la exasperante situación de no tener un mísero papel que impregnar de palabras, de estos pensamientos que me atolondran? Creo que Casandra me lo perdonaría, la injusticia poética, creo. Puede que Marpesa no. Aún así no lo hago. Y no lo hago porque no sé (siempre ese no saber sobre nada, acerca de nada, sobre nada, nada y más nada) si merecería la pena semejante estropicio por unas cuantas letras (ja, unas cuantas letras). Tranquila, Casandra, tu libro está a salvo conmigo, te lo prometí, aunque a veces sienta ciertos impulsos destructivos.
Es apacible. El viento, digo. Me trae recuerdos volátiles con ese olor a crema solar, mar y una arena inexistente. El olor a arena se lo pongo yo. ¿A qué huele la arena si no es a mucha imaginación y el vínculo eterno entre lo que acabo de nombrar? Oh, por un momento un pequeño intruso aparece en mi burbuja. Un amigo de cuatro patas, diminutas, de pelaje cobrizo y unos ojos negros como la noche, esa que aún va a tardar en aparecer. Esos ojos que no saben, pero que parecen entender muy bien. Se ha dejado acariciar un par de veces antes de correr a la llamada de su dueño, muy apuesto, por cierto. Sigo, sigo escribiendo donde empecé. Lo siento Casandra, entre los márgenes de unas hojas que encontré escondidas entre tus páginas. “US GIRLS, again”, no sé que voy a hacer cuando no haya más espacio. “No sé que voy a hacer cuando no haya más espacio”. Cuántas veces este tipo de nimiedades reflejan cuestiones mayores, dejando que se reconozcan en ellas acaso un instante, lo justo. Crisis existenciales, desequilibrios infinitos, guerras mundiales. Mierda, buscando siempre un hueco, un simple resquicio, un poco de aire. Mierda, cuánto sinsentido que decir y qué pocas ganas de hablar con nadie, señora. Y yo esperando, y yo esperando.
¿A qué se debe esta tristeza? Me pregunto si será más apatía que tristeza. Me preocuparía más. Joder, estas ganas de todo tan mal gestionadas. Estas ganas de nada tan bien llevadas.
Huelva, mar, 9 PM recogiendo sombrillas un día cualquiera de principios de septiembre, cuando acechan las pesadillas de nuevos cursos y el crepúsculo de vainilla, entre sofocantes tonos rosas, naranjas y violetas nos recuerda que el verano ya pasó, que otro año será. Creo que echo de menos mi casa, otra vez, como también sé que de estar allí también estaría echando de menos otras cosas, algo que aún no conozco.
Me está faltando algo. Otra vez. Me pasa a menudo. Por eso en parte estoy donde estoy. Por eso en parte tampoco sé dónde puedo estar mañana.  Es algo grande. Algo que no se sofoca con yoga, piragüismo, comer más fruta o apuntarse a clases de japonés. Nunca he sabido qué es. Nunca es lo mismo. Va cambiando de forma de norma dinámica, a paso ligero, y es irónico porque tampoco he sabido nunca qué formas ha tenido antes.  Ni el olor, ni el sabor. A veces me ha dado por llamarlo “fueguito”, “mi fueguito interno” porque me recuerda a Galeano y a Cortázar (y luego me lamento por no saber escribir referentes femeninos latinoamericanos). Me mato. Pero lo llamo “fueguito”, porque aunque en ocasiones siento mucho frío, la mayor parte de las veces primero me templa, me mantiene, luego arde y hasta me quema. Acabo de recordar que hace años hubo alguien que, como de costumbre, no se equivocó al afirmar que hay algo aquí dentro que no para de explotar constantemente. Claro, al fuego no se le da forma, ¿no?
Voy a seguir esta historia. Va a empezar aquí a pesar de no ser este el comienzo. Esta historia no empieza aquí, en una tarde de julio, sola y abrazada a unas cuantas hojas arrugadas y garabateadas mientras cientos de gaviotas revolotean sobre las piedras. Decido empezar aquí y ahora, en este escenario brillante y cálido en el que he vuelto a preguntarme y, como de costumbre, tampoco he sabido responderme.