No me he traído la libreta. Esta
mañana me he levantado con ganas de comprar una nueva y así poder empezar a
escribir en serio. Aquí estoy, sentada en mitad de una playa llena de gente,
obviamente a la que no conozco, sintiéndome sola. Rodeada de gente a la que no conozco
sintiéndome sola, suena normal. Esperando a quien ahora sé que no llegaré a
conocer nunca y planteándome si seguir esta absurda reflexión en el libro que Casandra
me prestó para luego arrancar las páginas. Mala idea. Pero qué poético. O qué
idiota. Lo pienso, lo pienso, lo pienso. ¿Tan malo sería dejarse llevar por un
impulso de creatividad ante la exasperante situación de no tener un mísero papel
que impregnar de palabras, de estos pensamientos que me atolondran? Creo que Casandra
me lo perdonaría, la injusticia poética, creo. Puede que Marpesa no. Aún así no
lo hago. Y no lo hago porque no sé (siempre ese no saber sobre nada, acerca de
nada, sobre nada, nada y más nada) si merecería la pena semejante estropicio
por unas cuantas letras (ja, unas cuantas letras). Tranquila, Casandra, tu
libro está a salvo conmigo, te lo prometí, aunque a veces sienta ciertos
impulsos destructivos.
Es apacible. El viento, digo. Me
trae recuerdos volátiles con ese olor a crema solar, mar y una arena
inexistente. El olor a arena se lo pongo yo. ¿A qué huele la arena si no es a mucha
imaginación y el vínculo eterno entre lo que acabo de nombrar? Oh, por un
momento un pequeño intruso aparece en mi burbuja. Un amigo de cuatro patas, diminutas,
de pelaje cobrizo y unos ojos negros como la noche, esa que aún va a tardar en aparecer.
Esos ojos que no saben, pero que parecen entender muy bien. Se ha dejado
acariciar un par de veces antes de correr a la llamada de su dueño, muy
apuesto, por cierto. Sigo, sigo escribiendo donde empecé. Lo siento Casandra,
entre los márgenes de unas hojas que encontré escondidas entre tus páginas. “US
GIRLS, again”, no sé que voy a hacer cuando no haya más espacio. “No sé que voy
a hacer cuando no haya más espacio”. Cuántas veces este tipo de nimiedades
reflejan cuestiones mayores, dejando que se reconozcan en ellas acaso un
instante, lo justo. Crisis existenciales, desequilibrios infinitos, guerras
mundiales. Mierda, buscando siempre un hueco, un simple resquicio, un poco de
aire. Mierda, cuánto sinsentido que decir y qué pocas ganas de hablar con
nadie, señora. Y yo esperando, y yo esperando.
¿A qué se debe esta tristeza? Me
pregunto si será más apatía que tristeza. Me preocuparía más. Joder, estas
ganas de todo tan mal gestionadas. Estas ganas de nada tan bien llevadas.
Huelva, mar, 9 PM recogiendo sombrillas
un día cualquiera de principios de septiembre, cuando acechan las pesadillas de
nuevos cursos y el crepúsculo de vainilla, entre sofocantes tonos rosas,
naranjas y violetas nos recuerda que el verano ya pasó, que otro año será. Creo
que echo de menos mi casa, otra vez, como también sé que de estar allí también
estaría echando de menos otras cosas, algo que aún no conozco.
Me está faltando algo. Otra vez.
Me pasa a menudo. Por eso en parte estoy donde estoy. Por eso en parte tampoco
sé dónde puedo estar mañana. Es algo
grande. Algo que no se sofoca con yoga, piragüismo, comer más fruta o apuntarse
a clases de japonés. Nunca he sabido qué es. Nunca es lo mismo. Va cambiando de
forma de norma dinámica, a paso ligero, y es irónico porque tampoco he sabido
nunca qué formas ha tenido antes. Ni el
olor, ni el sabor. A veces me ha dado por llamarlo “fueguito”, “mi fueguito interno”
porque me recuerda a Galeano y a Cortázar (y luego me lamento por no saber
escribir referentes femeninos latinoamericanos). Me mato. Pero lo llamo “fueguito”,
porque aunque en ocasiones siento mucho frío, la mayor parte de las veces primero
me templa, me mantiene, luego arde y hasta me quema. Acabo de recordar que hace
años hubo alguien que, como de costumbre, no se equivocó al afirmar que hay
algo aquí dentro que no para de explotar constantemente. Claro, al fuego no se
le da forma, ¿no?
Voy a seguir esta historia. Va a
empezar aquí a pesar de no ser este el comienzo. Esta historia no empieza aquí,
en una tarde de julio, sola y abrazada a unas cuantas hojas arrugadas y
garabateadas mientras cientos de gaviotas revolotean sobre las piedras. Decido
empezar aquí y ahora, en este escenario brillante y cálido en el que he vuelto
a preguntarme y, como de costumbre, tampoco he sabido responderme.
No hay comentarios:
Publicar un comentario