miércoles, 3 de julio de 2019

BN2


No me he traído la libreta. Esta mañana me he levantado con ganas de comprar una nueva y así poder empezar a escribir en serio. Aquí estoy, sentada en mitad de una playa llena de gente, obviamente a la que no conozco, sintiéndome sola. Rodeada de gente a la que no conozco sintiéndome sola, suena normal. Esperando a quien ahora sé que no llegaré a conocer nunca y planteándome si seguir esta absurda reflexión en el libro que Casandra me prestó para luego arrancar las páginas. Mala idea. Pero qué poético. O qué idiota. Lo pienso, lo pienso, lo pienso. ¿Tan malo sería dejarse llevar por un impulso de creatividad ante la exasperante situación de no tener un mísero papel que impregnar de palabras, de estos pensamientos que me atolondran? Creo que Casandra me lo perdonaría, la injusticia poética, creo. Puede que Marpesa no. Aún así no lo hago. Y no lo hago porque no sé (siempre ese no saber sobre nada, acerca de nada, sobre nada, nada y más nada) si merecería la pena semejante estropicio por unas cuantas letras (ja, unas cuantas letras). Tranquila, Casandra, tu libro está a salvo conmigo, te lo prometí, aunque a veces sienta ciertos impulsos destructivos.
Es apacible. El viento, digo. Me trae recuerdos volátiles con ese olor a crema solar, mar y una arena inexistente. El olor a arena se lo pongo yo. ¿A qué huele la arena si no es a mucha imaginación y el vínculo eterno entre lo que acabo de nombrar? Oh, por un momento un pequeño intruso aparece en mi burbuja. Un amigo de cuatro patas, diminutas, de pelaje cobrizo y unos ojos negros como la noche, esa que aún va a tardar en aparecer. Esos ojos que no saben, pero que parecen entender muy bien. Se ha dejado acariciar un par de veces antes de correr a la llamada de su dueño, muy apuesto, por cierto. Sigo, sigo escribiendo donde empecé. Lo siento Casandra, entre los márgenes de unas hojas que encontré escondidas entre tus páginas. “US GIRLS, again”, no sé que voy a hacer cuando no haya más espacio. “No sé que voy a hacer cuando no haya más espacio”. Cuántas veces este tipo de nimiedades reflejan cuestiones mayores, dejando que se reconozcan en ellas acaso un instante, lo justo. Crisis existenciales, desequilibrios infinitos, guerras mundiales. Mierda, buscando siempre un hueco, un simple resquicio, un poco de aire. Mierda, cuánto sinsentido que decir y qué pocas ganas de hablar con nadie, señora. Y yo esperando, y yo esperando.
¿A qué se debe esta tristeza? Me pregunto si será más apatía que tristeza. Me preocuparía más. Joder, estas ganas de todo tan mal gestionadas. Estas ganas de nada tan bien llevadas.
Huelva, mar, 9 PM recogiendo sombrillas un día cualquiera de principios de septiembre, cuando acechan las pesadillas de nuevos cursos y el crepúsculo de vainilla, entre sofocantes tonos rosas, naranjas y violetas nos recuerda que el verano ya pasó, que otro año será. Creo que echo de menos mi casa, otra vez, como también sé que de estar allí también estaría echando de menos otras cosas, algo que aún no conozco.
Me está faltando algo. Otra vez. Me pasa a menudo. Por eso en parte estoy donde estoy. Por eso en parte tampoco sé dónde puedo estar mañana.  Es algo grande. Algo que no se sofoca con yoga, piragüismo, comer más fruta o apuntarse a clases de japonés. Nunca he sabido qué es. Nunca es lo mismo. Va cambiando de forma de norma dinámica, a paso ligero, y es irónico porque tampoco he sabido nunca qué formas ha tenido antes.  Ni el olor, ni el sabor. A veces me ha dado por llamarlo “fueguito”, “mi fueguito interno” porque me recuerda a Galeano y a Cortázar (y luego me lamento por no saber escribir referentes femeninos latinoamericanos). Me mato. Pero lo llamo “fueguito”, porque aunque en ocasiones siento mucho frío, la mayor parte de las veces primero me templa, me mantiene, luego arde y hasta me quema. Acabo de recordar que hace años hubo alguien que, como de costumbre, no se equivocó al afirmar que hay algo aquí dentro que no para de explotar constantemente. Claro, al fuego no se le da forma, ¿no?
Voy a seguir esta historia. Va a empezar aquí a pesar de no ser este el comienzo. Esta historia no empieza aquí, en una tarde de julio, sola y abrazada a unas cuantas hojas arrugadas y garabateadas mientras cientos de gaviotas revolotean sobre las piedras. Decido empezar aquí y ahora, en este escenario brillante y cálido en el que he vuelto a preguntarme y, como de costumbre, tampoco he sabido responderme.